sábado, 18 de junio de 2016
domingo, 15 de mayo de 2016
Comentario Explicativo
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Comentario Explicativo
EL COMENTARIO
EXPLICATIVO DE
TEXTOS
ARGUMENTATIVOS O EXPOSITIVOS
¿Qué es? Es una estrategia de comprensión lectora. Sirve para hacerse una idea global de la manera en que se relacionan el contenido y la forma de un texto.
¿Qué debemos entender por contenido? Por contenido entenderemos todas aquellas ideas significativas y relevantes que componen un texto. Esto implica que, previo al comentario, se deben determinar el tema del texto, la idea o planteamiento central del texto, y las ideas significativas, es decir, aquellas ideas que desarrollan el planteamiento central de forma directa. Cuando indagamos sobre el contenido lo que preguntamos es ¿QUÉ DICE EL AUTOR?
¿Qué debemos entender por forma? Por forma entenderemos la manera (la disposición estratégica) en que se relacionan las ideas significativas con el planteamiento central. Cuando indagamos sobre la forma lo que preguntamos es ¿CÓMO LO DICE EL AUTOR? ¿CON QUÉ ESTRATEGIAS? ¿A TRAVÉS DE QUÉ RELACIONES Y ESTRUCTURAS?
¿Cuáles son las estrategias más comunes? ¿Para qué sirven?
ARGUMENTATIVOS O EXPOSITIVOS
¿Qué es? Es una estrategia de comprensión lectora. Sirve para hacerse una idea global de la manera en que se relacionan el contenido y la forma de un texto.
¿Qué debemos entender por contenido? Por contenido entenderemos todas aquellas ideas significativas y relevantes que componen un texto. Esto implica que, previo al comentario, se deben determinar el tema del texto, la idea o planteamiento central del texto, y las ideas significativas, es decir, aquellas ideas que desarrollan el planteamiento central de forma directa. Cuando indagamos sobre el contenido lo que preguntamos es ¿QUÉ DICE EL AUTOR?
¿Qué debemos entender por forma? Por forma entenderemos la manera (la disposición estratégica) en que se relacionan las ideas significativas con el planteamiento central. Cuando indagamos sobre la forma lo que preguntamos es ¿CÓMO LO DICE EL AUTOR? ¿CON QUÉ ESTRATEGIAS? ¿A TRAVÉS DE QUÉ RELACIONES Y ESTRUCTURAS?
¿Cuáles son las estrategias más comunes? ¿Para qué sirven?
Definición: consiste
en delimitar un concepto o una idea. Suele ser elpunto de partida de
una discusión o de un análisis.
Cita de autoridad:
consiste en referir, a manera de paráfrasis o de forma textual, las palabras de
un personaje que es considerado una autoridad en el tema que se desarrolla en
el texto. Esta cita, siempre que sea explicada, pude servir para legitimar la
opinión del autor del texto.
Razonamiento lógico:
consiste en hacer evidente la causa o el origen de un pensamiento, idea u
opinión. Sirve, precisamente, para razonar y fundamentar una opinión.
Ejemplificación:
consiste en mostrar un caso concreto que ilustra o demuestra aquello que se ha
afirmado previamente.
Dato/cifra/ estadística: consiste en hacer referencia a un estudio o dato numérico que sirve para darle carácter científico a un planteamiento.
Dato/cifra/ estadística: consiste en hacer referencia a un estudio o dato numérico que sirve para darle carácter científico a un planteamiento.
Referencia (literaria,
cinematográfica, a la cultura popular…): pueden servir como
ejemplos o como muestras del sentido común.
Analogía: consiste en
establecer una relación de similitud entre dosprocesos o dos ideas,
casi siempre con la finalidad de elaborar una conclusión o regla general que
permita explicar ambos casos.
Contraste: consiste en
establecer una relación de diferencia y oposición entre dos procesos o dos
ideas, con la finalidad de resaltar el valor de una de las ideas sobre la otra.
Reformulación: consiste en replantear una idea con nuevas palabras. Funciona como estrategia de síntesis y permite incorporar nuevos matices a un planteamiento inicial.
Ironía: consiste en dar a entender todo lo contrario de lo que se expresa. La función de la ironía es deslegitimar una posición que es considerada inválida por el autor.
Pregunta retórica:
consiste en formular una pregunta que no espera respuesta bien sea porque a. la
respuesta es evidente; b. lo que pretende es generar una reflexión; c. la
pregunta encierra una afirmación.
Concesión: consiste en
aceptar parcialmente una idea que no es del todo compartida por el autor.
Funciona, sobre todo, en texto en donde se plantean ideas contrapuestas que se
logran conciliar en una sola tesis.
Contraargumentación:
consiste en construir argumentos que permitan rebatir las posibles objeciones a
una idea planteada por el autor. Sirve como estrategia generadora de discusión
en texto que desarrollan temas polémicos. FUNDAMENTAL EN LOS TEXTOS CIENTIFICOS
¿Qué otros aspectos formales o estructurales hay que tener en cuenta?
¿Qué otros aspectos formales o estructurales hay que tener en cuenta?
La situación comunicativa (pragmática del texto). Esto se refiere a la respuesta de las preguntas 1 ° ¿quién enuncia el mensaje? ,
2° ¿qué lenguaje
utiliza el autor?,
3° ¿para quién está
dirigido el texto? Todas las respuestas a estas preguntas son
útiles sólo si permiten establecer una relación con el contenido del texto.
La macroestructura u organización global del texto. Se refiere al tipo de coherencia global que existe entre las ideas del texto.
La macroestructura u organización global del texto. Se refiere al tipo de coherencia global que existe entre las ideas del texto.
Texto y Modelo de Comentario Explicativo I
Opiniones respetables
Fernando Savater
En nuestra sociedad abundan venturosa y abrumadoramente las opiniones. Quizá prosperan tanto porque, según un repetido dogma que es el non plus ultra de la tolerancia para muchos, todas las opiniones son respetables. Concedo sin vacilar que existen muchas cosas respetables a nuestro alrededor: la vida del prójimo, por ejemplo, o el pan de quien trabaja para ganárselo, o la cornamenta de ciertos toros. Las opiniones, en cambio, me parecen todo lo que se quiera menos respetables: al ser formuladas saltan a la palestra de la disputa, la irrisión, el escepticismo y la controversia. Afrontan el descrédito y se arriesgan a lo único que hay peor que el descrédito, la ciega credulidad. Todas las opiniones son "discutibles" y esta condición no encierra demérito, como suelen creer quienes utilizan es calificativo para desacreditar las opiniones que no comparten ("eso que usted dice es muy discutible..."). Si una opinión no fuese discutible, dejaría de ser una opinión para convertirse en un axioma o en un dogma. Pero la palabra "discutir" encierra un sentido más fuerte que el de un simple intercambio de pareceres: etimológicamente quiere decir sacudir, derribar, zarandear algo para que demuestre si tiene sólidas raíces o incluso arrancarlo de su suelo nutricio para que las enseñe y puedan ser comprobadas. Así es sin duda como hay que proceder con las opiniones. Sólo las más fuertes deben sobrevivir, cuando logren ganarse la verificación que las legalice. Respetarlas beatamente sería momificarlas a todas por igual, haciendo indiscernibles las que gozan de buena salud gracias a la razón y la experiencia de las infectadas por la ñoñería pseudomística y el delirio.
Tomemos por ejemplo uno de nuestros debates televisivos de corte popular en el que se afronte alguna cuestión peliaguda como los platillos volantes, la curación mágica de las enfermedades o la inmortalidad del alma. Cualquiera de los participantes puede iniciar su intervención diciendo: "yo opino..". Pues bien, esa cláusula aparentemente modesta y restrictiva suele funcionar de hecho como todo lo contrario. Y es que hay dos usos diferentes, opuestos diría yo, del opinar. Según el primero de ellos, advierto con mi "yo opino" que no estoy seguro de lo que voy a decir, que se trata tan sólo de una conclusión que he sacado a partir de argumentos no concluyentes y que estoy dispuesto a revisarla si se me brindan pruebas contrarias o razonamientos mejor fundados. En ningún caso diría "yo opino" para luego aseverar que dos más dos son cuatro o que París es la capital de Francia: lo que precisamente advierto con esa fórmula es que no estoy tan seguro de lo que aventuro a continuación como de esas certezas ejemplares. Éste es el uso impecable de la opinión.
Pero en otros casos decir "yo opino" viene a significar algo muy distinto. Prevengo a quien me escucha de que la aseveración que formulo es mía, que la respaldo con todo mi ser y que por tanto no estoy dispuesto a discutirla con cualquier advenedizo no a modificarla simplemente porque se me ofrezcan argumentos adversos que demuestren su falsedad. Theodor Adorno, en un excelente artículo titulado "Opinión, demencia y sociedad" describe así esta actitud: «El "yo opino" no restringe aquí el juicio hipotético, sino que lo subraya. En cuanto alguien proclama como suya una opinión nada certera, no corroborada por experiencia alguna, sin reflexión sucinta, le otorga, por mucho que quiera restringirla, la autoridad de la confesión por medio de la relación consigo mismo como sujeto. » Este modelo de opinante convierte cualquier ataque a su opinión en una ofensa a su propia persona (o a su "identidad cultural", hoy refugio a la moda de los peores oscurantismos). Para él, lo concluyente en refrendo de un dictamen no son las pruebas ni las razones que lo apoyan sino el hecho de que alguien lo formula rotundamente como propio, identificando su dignidad con la veracidad de lo que sostiene. Como cada cual tiene derecho a su opinión, lo que nadie puede recusar, se entiende que todas las opiniones son del mismo rango y conllevan la misma fuerza resolutiva, lo cual destruye cualquier pretensión de verdad. Éste es el uso espurio de opinión.
En el debate televisivo al que antes aludíamos, cualquier pretensión de acuerdo sobre lo plausible suele quedar descartada de antemano. Quien insiste en que no se tome por aceptable más que lo racionalmente justificado sienta de inmediato plaza de intransigente o dogmático, vicios de lo más detestables. La resurrección de los muertos y la función clorofílica de ciertas plantas pasan por ser opiniones igualmente respetables: el que no lo cree así y protesta está ofendiendo a sus interlocutores, conculcando su básico derecho humano a sostener con pasión lo inverificable. La actitud de quien gracias a su fe particular "lo tiene todo claro" se presenta no sólo como perfectamente asumible desde la discreción cortés que prefiere no buscar camorra, sino hasta desde el punto devista científico. En esos programas no hay disparate que no se presente como avalado por "importantes científicos". Si es así, ¿por qué nunca habíamos oído hablar de ello? Nos lo aclaran enseguida: porque lo impide la ciencia "oficial", mafia misteriosa al servicio de los más inconfesables intereses. Otros, menos paranoicos pero más descarados convierten la propia ciencia moderna en aval de la irracionalidad desaforada. Recuerdo un espacio televisivo en que se discutían los casos de "combustión espontánea" que aquejan a determinadas personas por causas impenetrables aunque probablemente extraterrestres. Un reputado físico argumentaba educadamente contra varios farsantes, todos los cuales tenían muy clara su "respetable" opinión. Cuando se mencionó el método científico, uno de los charlatanes -parapsicólogo o cosa semejante- pontificó muy serio: Mire usted: la ciencia moderna se basa en dos principios, el de la relatividad, que dice que todo es relativo, y el de incertidumbre, que asegura que no podemos estar seguros de nada. Así que tanto vale lo que usted dice como lo que digo yo y ¡viva la combustión espontánea!.
La filosofía arrastra una vieja enemistad contra la opinión, entendida en el infecto segundo sentido que hemos descrito. Y no porque la filosofía sea una ciencia en el sentido empírico del término ni porque tenga acceso privilegiado a la Verdad inapelable, sino porque su misión es defender el razonamiento dialógico entre las opiniones, la necesidad de justificar lo opinado no desde lo inefable, lo irreductible o lo inverificable, sino por medio de lo públicamente accesible, lo inteligible. Y también es tarea filosófica, frente a fantasías visionarias, potenciar una forma de imaginación que brote de la razón humana y la prolongue, en lugar de caracterizarse por contradecirla con machacona hechicería. Parece más importante que nunca que se siga conservando hoy ese antagonismo crítico, cuando los medios de comunicación han multiplicado tanto el número de opinantes encallecidos. Por eso me resulta especialmente grave el retroceso del papel de la filosofía en los estudios de bachillerato, que antes o después puede llevar a su abolición académica ... Cuando protesté por esta marginación ante un respetable del nuevo plan de estudios, me repuso con toda candidez burocrática: Date cuenta, enseñar filosofía es cosa muy complicada. ¡Hay opiniones para todos los gustos! A veces siento cierto desánimo, que considero plenamente respetable.
Comentario del Texto “Opiniones Respetables”, de Fernando Savater
En su texto “Opiniones Respetables”, el filósofo español Fernando Savater muestra su incomodidad ante la abundancia de opiniones sin sustento. Frente a esta situación que el autor postula como problema, Savater formula una hipótesis: quizá la gente opine espontáneamente y sin contención porque piensa que cualquier opinión es respetable.
Enseguida, comienza a funcionar en el texto la ironía: el autor se burla de esta manera de pensar y propone una tesis que contrasta con la hipótesis que presentó en un principio. Para Savater, nada hay menos respetable que una opinión: las opiniones para él son aquello que puede y debe ser discutido. Para apoyar su tesis, el filósofo recurre a, al menos, un razonamiento lógico: razona que si las opiniones no pueden ser discutidas, entonces dejarían de serlo para convertirse en axiomas o dogmas. Además, tratando de delimitar aún más lo significa discutir una opinión, recurre a la definición de este último término (discusión), para dejar bien claro que no se trata de un vano intercambio de pareceres.
Lo que se señaló anteriormente ocupa el espacio correspondiente al primer párrafo del texto: párrafo introductorio, en el cual el autor plantea el problema de las opiniones y sugiere el contraste entre dos maneras de pensar el papel de la opinión. Lo que sigue –párrafos 2,3 y4- es el desarrollo de este contraste, a través de una serie deejemplos que muestran de forma concreta lo que el autor llamará “el uso impecable de la opinión” y “el uso infecto” o “espurio” de ésta. Sin embargo estos ejemplos no aparecen solos, la ironía como herramienta desmitificadora o cuestionadora le servirá al autor para criticar de forma sutil, a través de un lenguaje culto, el uso de la opinión como idea espontánea e incuestionable. Por ejemplo, presenta el caso de un programa televisivo en donde un físico argumentaba contra un grupo de farsante que sostenían –y he aquí la ironía que recorre todo el texto- su “respetable” opinión.
Pero Savater no se queda sólo en la presentación del problema y en el ataque a un uso particular de la opinión. El autor va más allá y, en el último párrafo del texto –a manera de conclusión-, postula una solución al problema: habría que retomar la enseñanza de la filosofía como instrumento que permite razonar correctamente y construir opiniones verdaderamente respetables.
Es lógico pensar que esta es la solución que ofrecería un filósofo al analizar un problema como éste. En todo caso, Savater está tratando de llegar, a través de la prensa –se debe recordar que el texto fue publicado en “El País”-, tanto a aquellas personas que usan mal su opinión, como a aquéllas que pueden hacer algo por educar a quines opinan sin fundamento. Pareciera que, en definitiva, la intención del autor fuera doble: persuadir y enseñar.
Fernando Savater
En nuestra sociedad abundan venturosa y abrumadoramente las opiniones. Quizá prosperan tanto porque, según un repetido dogma que es el non plus ultra de la tolerancia para muchos, todas las opiniones son respetables. Concedo sin vacilar que existen muchas cosas respetables a nuestro alrededor: la vida del prójimo, por ejemplo, o el pan de quien trabaja para ganárselo, o la cornamenta de ciertos toros. Las opiniones, en cambio, me parecen todo lo que se quiera menos respetables: al ser formuladas saltan a la palestra de la disputa, la irrisión, el escepticismo y la controversia. Afrontan el descrédito y se arriesgan a lo único que hay peor que el descrédito, la ciega credulidad. Todas las opiniones son "discutibles" y esta condición no encierra demérito, como suelen creer quienes utilizan es calificativo para desacreditar las opiniones que no comparten ("eso que usted dice es muy discutible..."). Si una opinión no fuese discutible, dejaría de ser una opinión para convertirse en un axioma o en un dogma. Pero la palabra "discutir" encierra un sentido más fuerte que el de un simple intercambio de pareceres: etimológicamente quiere decir sacudir, derribar, zarandear algo para que demuestre si tiene sólidas raíces o incluso arrancarlo de su suelo nutricio para que las enseñe y puedan ser comprobadas. Así es sin duda como hay que proceder con las opiniones. Sólo las más fuertes deben sobrevivir, cuando logren ganarse la verificación que las legalice. Respetarlas beatamente sería momificarlas a todas por igual, haciendo indiscernibles las que gozan de buena salud gracias a la razón y la experiencia de las infectadas por la ñoñería pseudomística y el delirio.
Tomemos por ejemplo uno de nuestros debates televisivos de corte popular en el que se afronte alguna cuestión peliaguda como los platillos volantes, la curación mágica de las enfermedades o la inmortalidad del alma. Cualquiera de los participantes puede iniciar su intervención diciendo: "yo opino..". Pues bien, esa cláusula aparentemente modesta y restrictiva suele funcionar de hecho como todo lo contrario. Y es que hay dos usos diferentes, opuestos diría yo, del opinar. Según el primero de ellos, advierto con mi "yo opino" que no estoy seguro de lo que voy a decir, que se trata tan sólo de una conclusión que he sacado a partir de argumentos no concluyentes y que estoy dispuesto a revisarla si se me brindan pruebas contrarias o razonamientos mejor fundados. En ningún caso diría "yo opino" para luego aseverar que dos más dos son cuatro o que París es la capital de Francia: lo que precisamente advierto con esa fórmula es que no estoy tan seguro de lo que aventuro a continuación como de esas certezas ejemplares. Éste es el uso impecable de la opinión.
Pero en otros casos decir "yo opino" viene a significar algo muy distinto. Prevengo a quien me escucha de que la aseveración que formulo es mía, que la respaldo con todo mi ser y que por tanto no estoy dispuesto a discutirla con cualquier advenedizo no a modificarla simplemente porque se me ofrezcan argumentos adversos que demuestren su falsedad. Theodor Adorno, en un excelente artículo titulado "Opinión, demencia y sociedad" describe así esta actitud: «El "yo opino" no restringe aquí el juicio hipotético, sino que lo subraya. En cuanto alguien proclama como suya una opinión nada certera, no corroborada por experiencia alguna, sin reflexión sucinta, le otorga, por mucho que quiera restringirla, la autoridad de la confesión por medio de la relación consigo mismo como sujeto. » Este modelo de opinante convierte cualquier ataque a su opinión en una ofensa a su propia persona (o a su "identidad cultural", hoy refugio a la moda de los peores oscurantismos). Para él, lo concluyente en refrendo de un dictamen no son las pruebas ni las razones que lo apoyan sino el hecho de que alguien lo formula rotundamente como propio, identificando su dignidad con la veracidad de lo que sostiene. Como cada cual tiene derecho a su opinión, lo que nadie puede recusar, se entiende que todas las opiniones son del mismo rango y conllevan la misma fuerza resolutiva, lo cual destruye cualquier pretensión de verdad. Éste es el uso espurio de opinión.
En el debate televisivo al que antes aludíamos, cualquier pretensión de acuerdo sobre lo plausible suele quedar descartada de antemano. Quien insiste en que no se tome por aceptable más que lo racionalmente justificado sienta de inmediato plaza de intransigente o dogmático, vicios de lo más detestables. La resurrección de los muertos y la función clorofílica de ciertas plantas pasan por ser opiniones igualmente respetables: el que no lo cree así y protesta está ofendiendo a sus interlocutores, conculcando su básico derecho humano a sostener con pasión lo inverificable. La actitud de quien gracias a su fe particular "lo tiene todo claro" se presenta no sólo como perfectamente asumible desde la discreción cortés que prefiere no buscar camorra, sino hasta desde el punto devista científico. En esos programas no hay disparate que no se presente como avalado por "importantes científicos". Si es así, ¿por qué nunca habíamos oído hablar de ello? Nos lo aclaran enseguida: porque lo impide la ciencia "oficial", mafia misteriosa al servicio de los más inconfesables intereses. Otros, menos paranoicos pero más descarados convierten la propia ciencia moderna en aval de la irracionalidad desaforada. Recuerdo un espacio televisivo en que se discutían los casos de "combustión espontánea" que aquejan a determinadas personas por causas impenetrables aunque probablemente extraterrestres. Un reputado físico argumentaba educadamente contra varios farsantes, todos los cuales tenían muy clara su "respetable" opinión. Cuando se mencionó el método científico, uno de los charlatanes -parapsicólogo o cosa semejante- pontificó muy serio: Mire usted: la ciencia moderna se basa en dos principios, el de la relatividad, que dice que todo es relativo, y el de incertidumbre, que asegura que no podemos estar seguros de nada. Así que tanto vale lo que usted dice como lo que digo yo y ¡viva la combustión espontánea!.
La filosofía arrastra una vieja enemistad contra la opinión, entendida en el infecto segundo sentido que hemos descrito. Y no porque la filosofía sea una ciencia en el sentido empírico del término ni porque tenga acceso privilegiado a la Verdad inapelable, sino porque su misión es defender el razonamiento dialógico entre las opiniones, la necesidad de justificar lo opinado no desde lo inefable, lo irreductible o lo inverificable, sino por medio de lo públicamente accesible, lo inteligible. Y también es tarea filosófica, frente a fantasías visionarias, potenciar una forma de imaginación que brote de la razón humana y la prolongue, en lugar de caracterizarse por contradecirla con machacona hechicería. Parece más importante que nunca que se siga conservando hoy ese antagonismo crítico, cuando los medios de comunicación han multiplicado tanto el número de opinantes encallecidos. Por eso me resulta especialmente grave el retroceso del papel de la filosofía en los estudios de bachillerato, que antes o después puede llevar a su abolición académica ... Cuando protesté por esta marginación ante un respetable del nuevo plan de estudios, me repuso con toda candidez burocrática: Date cuenta, enseñar filosofía es cosa muy complicada. ¡Hay opiniones para todos los gustos! A veces siento cierto desánimo, que considero plenamente respetable.
Comentario del Texto “Opiniones Respetables”, de Fernando Savater
En su texto “Opiniones Respetables”, el filósofo español Fernando Savater muestra su incomodidad ante la abundancia de opiniones sin sustento. Frente a esta situación que el autor postula como problema, Savater formula una hipótesis: quizá la gente opine espontáneamente y sin contención porque piensa que cualquier opinión es respetable.
Enseguida, comienza a funcionar en el texto la ironía: el autor se burla de esta manera de pensar y propone una tesis que contrasta con la hipótesis que presentó en un principio. Para Savater, nada hay menos respetable que una opinión: las opiniones para él son aquello que puede y debe ser discutido. Para apoyar su tesis, el filósofo recurre a, al menos, un razonamiento lógico: razona que si las opiniones no pueden ser discutidas, entonces dejarían de serlo para convertirse en axiomas o dogmas. Además, tratando de delimitar aún más lo significa discutir una opinión, recurre a la definición de este último término (discusión), para dejar bien claro que no se trata de un vano intercambio de pareceres.
Lo que se señaló anteriormente ocupa el espacio correspondiente al primer párrafo del texto: párrafo introductorio, en el cual el autor plantea el problema de las opiniones y sugiere el contraste entre dos maneras de pensar el papel de la opinión. Lo que sigue –párrafos 2,3 y4- es el desarrollo de este contraste, a través de una serie deejemplos que muestran de forma concreta lo que el autor llamará “el uso impecable de la opinión” y “el uso infecto” o “espurio” de ésta. Sin embargo estos ejemplos no aparecen solos, la ironía como herramienta desmitificadora o cuestionadora le servirá al autor para criticar de forma sutil, a través de un lenguaje culto, el uso de la opinión como idea espontánea e incuestionable. Por ejemplo, presenta el caso de un programa televisivo en donde un físico argumentaba contra un grupo de farsante que sostenían –y he aquí la ironía que recorre todo el texto- su “respetable” opinión.
Pero Savater no se queda sólo en la presentación del problema y en el ataque a un uso particular de la opinión. El autor va más allá y, en el último párrafo del texto –a manera de conclusión-, postula una solución al problema: habría que retomar la enseñanza de la filosofía como instrumento que permite razonar correctamente y construir opiniones verdaderamente respetables.
Es lógico pensar que esta es la solución que ofrecería un filósofo al analizar un problema como éste. En todo caso, Savater está tratando de llegar, a través de la prensa –se debe recordar que el texto fue publicado en “El País”-, tanto a aquellas personas que usan mal su opinión, como a aquéllas que pueden hacer algo por educar a quines opinan sin fundamento. Pareciera que, en definitiva, la intención del autor fuera doble: persuadir y enseñar.
lunes, 11 de abril de 2016
Sin treguas. Javier Marías
SIN
TREGUA por JAVIER MARÍAS
Desde
hace mucho tiempo, quizá desde que el mundo es mundo, se echan pestes del hombre contemporáneo,
independientemente de su contemporaneidad. Siempre que se habla de él (y utilizo la palabra hombre en su acepción genérica, que no
hay por qué abolir en favor de la
cursilería feminista o más bien
“hembrista” ), es para denostarlo, para hablar de su desconcierto en el mejor de los casos, sobre
todo de su crueldad, su dureza, su pesimismo, su soledad, su incomunicación, su insolidaridad o
cualquier otra lacra o desgracia,
todas son bien recibidas, hasta el punto
de que, si ustedes se fijan, el Premio Nobel de Literatura suele otorgarse las más de las veces a algún autor que, según el fallo de la Academia Sueca,
haya retratado fatal en su obra a ese -hombre contemporáneo- tan aborrecible
como desdichado.
Del actual hombre contemporáneo se dicen cada vez más horrores, sobre todo del
occidental. No sólo se lo
culpa de todo lo nefasto que ocurre en cualquier punto del globo, sino que además se lo acusa constantemente de insensibilidad ante las
catástrofes, las
opresiones, las injusticias y las matanzas que se dan por doquier.
Según los periodistas demagógicos y
los aspirantes al Premio
Nobel por la vía extraliteraria, no sólo es el causante indirecto o directo de
todos los males, sino que
además se queda impertérrito ante su acontecer. Todo esto sería ya
discutible a la luz de los frecuentes
movimientos de ayuda y de las Organizaciones No Gubernamentales que proliferan
cada vez más, pero no es
esto lo que me interesa señalar. En realidad,
lo sorprendente es que el hombre contemporáneo
de hoy no esté enteramente desquiciado y no se haya convertido en una mala bestia a todos los efectos. Lo asombroso es que no sea de granito y que
aún se conmueva de vez en cuando o tenga mala conciencia ante las calamidades ajenas.
Hace no muchos años, ese hombre se enteraba de relativamente pocas hecatombes. Hace unos siglos (en el XVII, por ejemplo), los
habitantes de una ciudad podían
desconocer una brutal matanza llevada a cabo en un barrio distinto del suyo. La capacidad de la gente para convivir con el horror ha
sido siempre muy
limitada y era normal que así fuera, ya que se sentía afectada o abrumada sólo por lo que sucedía en su entorno, a su alrededor, tenía
un área de intereses
reducida, y sólo cuando acaecía algo espantoso en esa área tenía la sensación verdadera de la
atrocidad o el mal. Como
es natural, no todo el rato se sucedía lo espantoso en el mismo lugar: parecía por tanto la excepción, algo ocasional que, por desolador que fuese, se podía sobrellevar. Desde hace unos pocos años al hombre contemporáneo le llegan, sobre
todo a través de la televisión,
todos y cada uno de los horrores en el mundo habidos, por remotos que
sean, por muy fuera de su área natural de
interés que se encuentren. Yo
supongo que mi compañero de páginas Arturo Pérez-Revene se habrá
preguntado más de una vez, mientras enviaba sus excelentes crónicas desde diversos escenarios del horror, si a los
espectadores a quienes se dirigía les interesaba lo que acontecía en Bosnia o Somalia o Ruanda o Chechenia porque
tenían ya un interés previo en esos lugares o simplemente porque allí
había hambre o escabechinas sin cuento y eso es siempre de interés. Supongo que
sabe que el interés lo suscitaba él, o los jefes que lo mandaban allí. Hasta
hace cuatro días, nadie había oído hablar de Chechenia.
Puesto que hoy
existen los medios, imagino que es bueno que se empleen para hacer saber al mundo las barbaridades que se
cometen en cualquier lugar, aunque eso rara vez sirva de ayuda para quienes las
padecen, lo único que en realidad justificaría esa información total. Pero, sea como sea, lo que
no puede pedirse es que el hombre que recibe esa información se conmueva
siempre, se muestre solidario siempre y nunca agobiado ni apabullado. A lo
largo de su historia los individuos han asistido a unas dosis esporádicas y
limitadas de espanto. En la actualidad ya no es así: algo monstruoso sucede
continuamente en algún rincón del mundo, y en seguida se lo harán saber y ver.
La sensación que uno va teniendo es de desastre incesante, de desgracias
encadenadas y sin fin, de terror en sesión continua, y eso es algo nuevo, y tan
anónimo como falso en el fondo: algo que ninguno de nuestros antepasados tuvo
jamás. Si el hombre contemporáneo es pesimista, si está insensibilizado, si le
faltan energías o capacidad de entusiasmo, debe disculpársele en parte, porque
es el primero, a lo largo de la historia entera, en cuya vida no hay nunca
tregua.
Desgobierno y refugiados. Victoria Camps
OPINIÓN
Desgobierno y refugiados
La falta de cooperación no afecta solo a la Unión Europea. Es un hecho indiscutible a nivel nacional y el gobierno se desentiende de sus funciones porque está “en funciones”Otros
Distintas instituciones catalanas se han quejado de que su voluntad de acoger a un número concreto de refugiados y ubicarlos en nuestro país choca con la negativa del gobierno español que es el que ostenta las competencias para ejercer la protección previa a la acogida de los refugiados. De modo parecido se ha expresado la representante de ACNUR en España lamentando la parálisis total del gobierno en esta cuestión. El gobierno español está en funciones y considera que este es un problema ajeno a las tareas imprescindibles que le corresponden en su situación. Hasta ahora, los refugiados que han venido a España mediante el cupo asignado por la UE es ridícula: dieciocho personas. No es que no quieran venir porque no hay trabajo, como se ha hecho creer y como insinuó en su última entrevista con Jordi Évole el presidente Rajoy. Es absurdo creer que quienes se juegan la vida para huir de su país no estén dispuestos a hacer lo que sea a cambio de recibir un asilo mínimamente digno. La verdad es que no vienen porque nadie se ocupa de gestionar su traslado.
Se ha aludido hasta la saciedad a la pésima gestión y a la indiferencia con que se está afrontando uno de los dramas peores que ha vivido Europa en los últimos años. Una vez más, la Unión Europea se muestra incapaz de actuar colectivamente y hacer una política conjunta. Los grandes problemas no son abordados de forma unificada. La crítica más persistente a los recientes atentados de Bruselas ha sido la de la falta de coordinación de los distintos gobiernos para transferir datos y actuar conjuntamente. La crisis de los refugiados pone de manifiesto de nuevo el egoísmo de los estados, la despreocupación de cada gobierno por las cuestiones que no afectan directamente a sus electores. Por no hablar de la reacción más vergonzosa, la de los movimientos y partidos que extienden sin dificultad su influencia xenófoba a quien se deje contaminar por ella. Como decía hace poco Craig Calhounm, director de la London School of Economics, en este periódico, el debate europeo está lleno de “estereotipos nacionales”, la cooperación es un valor desaparecido en un mundo que vive en perpetua conexión, pero no para ayudar a los que más lo necesitan. Un mundo donde la política descuida el fin de la justicia común, y la economía se desentiende de alcanzar la prosperidad para todos.
La falta de cooperación no afecta sólo al funcionamiento de la Unión Europea. Es un hecho indiscutible a nivel nacional. El gobierno se desentiende de sus funciones porque está “en funciones”, lo que significa que atender a los refugiados no es función urgente. La oposición, por su parte, enfrascada en tejer un acuerdo que no consigue, abdica igualmente de otras tareas perentorias que le corresponden, porque también para eso se les ha votado. Preocupa más la propaganda que la política. Demasiadas ruedas de prensa y declaraciones para no decir nada, que solo refuerzan la impresión de que tenemos unos políticos incompetentes para hacer algo nuevo y distinto de lo que se ha hecho hasta ahora. Algo nuevo es conseguir unirse por unos objetivos, no por defender unas siglas ni por aferrarse a la única propuesta que separa a los que dicen estar por el pacto. Si en los municipios ha sido más fácil consensuar gobiernos de coalición es porque no hay altavoces que pongan de manifiesto las querellas internas de cada partido o entre unos partidos y otros. Y, por cierto, también hay municipios dispuestos a acoger a refugiados y, a su vez, impotentes, para hacerlo.
Que la cooperación no es un ingrediente de la política de nuestro tiempo lo pone de manifiesto el que hayamos convertido el cooperar en un oficio. Tenemos cooperantes profesionales que acuden a los lugares donde hace falta la respuesta y la solicitud inmediata que los gobiernos no son capaces de dar. La cooperación, como mucho, es el pariente pobre de las obligaciones internacionales, el que debería recibir un 0,7% del presupuesto según unos acuerdos que nunca han llegado a cumplirse del todo. Cooperar, hoy por hoy, es una cuestión que tiene más que ver con la caridad que con la justicia, pues depende más de las voluntades individuales que de las colectivas. No es un valor inscrito en los comportamientos de los estados nacionales. Por eso hay que apostar por un futuro federal, que imprima un carácter personal y colectivo más afín con el reconocimiento real de los derechos fundamentales.
Victoria Camps es filósofa.
La policía macedonia trata de dispersar a más de 500 personas en la frontera con Grecia. El País. España
El campamento de Idomeni ha vivido este domingo una situación límite. El último intento de centenares de refugiados de atravesar la frontera entre Grecia y la Antigua República Yugoslava de Macedonia (FYROM, en sus siglas inglesas) ha estado a punto de provocar una tragedia cuando la lluvia de gases lacrimógenos y balas de goma de la policía macedonia para dispersarlos ha provocado escenas de pavor entre la multitud, infinidad de niños incluidos, y dejado un reguero de heridos. Médicos sin Fronteras ha atendido a casi 300 refugiados, 200 de ellos por exposición a los gases y 30 por el impacto de balas de goma. Entre los heridos había tres niños menores de 10 años con heridas de estos proyectiles en la cabeza, según la ONG.
Desde el cierre de la ruta balcánica, a principios de marzo, Idomeni se ha convertido en una ratonera para más de 11.000 migrantes que no pueden proseguir viaje y a la vez se niegan a desalojar el campamento, pese a los reiterados intentos del Gobierno griego de realojarlos en centros de acogida organizados en otros puntos del país. La actuación de la policía macedonia, que también usó bombas aturdidoras y fue condenada por Atenas por “peligrosa y lamentable”, suscita además dudas de índole diplomática: los proyectiles cayeron en territorio griego, pues en ese punto de la frontera no existe buffer zone, o zona tapón. Algunas imágenes divulgadas en redes sociales muestran incluso la incursión en suelo griego de fuerzas de seguridad de FYROM para gasear a los migrantes.
Azuzada por rumores continuos y la desesperación creciente de los extranjeros, varados desde hace semanas a la intemperie, la tensión es junto con la desinformación una constante vital en el campamento de Idomeni desde que, el 24 de febrero, Austria instara a los cuatro países de la ruta de los Balcanes (FYROM, Serbia, Croacia y Eslovenia) a impedir el paso a más refugiados e inmigrantes; el cierre total de la frontera se hizo efectivo a primeros de marzo. Ansiosos por continuar viaje, los migrantes concentrados en Idomeni temen que de ser evacuados a centros de acogida en el norte del país, como Veria y Katerini —adonde han sido trasladados por el Gobierno poco más de 500—, perderán la oportunidad de cruzar la frontera si, como aseguran algunas fuentes, esta reabre en algún momento. Una contingencia imposible, ya que Skopje ha confirmado que la frontera seguirá cerrada a cal y canto hasta el 31 de diciembre. El cierre fronterizo, y la entrada en vigor del acuerdo migratorio UE-Turquía, el pasado 20 de marzo, ha desviado un flujo por el momento insignificante de refugiados a la frontera greco-búlgara.
El de este domingo ha sido el segundo intento de cruce por la fuerza, tras el registrado el pasado 25 de enero, que se resolvió igualmente con una lluvia de gases lacrimógenos por parte de la policía macedonia. Pero el episodio más grave fue la huida por el río que delimita ambos países de centenares de migrantes, burlando el control policial, el pasado 14 de marzo. Tres afganos murieron ahogados en el riachuelo, inusualmente crecido por las lluvias de esos días, mientras que el resto de los huidos fueron retornados a Grecia por las fuerzas de seguridad macedonias.
Milagros Socorro. El burro con plata
El pelotero Oswaldo Guillén (Ocumare del Tuy, 1964) consignó en su cuenta de twitter un comentario acerca de la injusta posposición del ingreso de David Concepción al Salón de la Fama; y atribuyó el desplante al “rasismo”. No contento con la falta de ortografía en la palabra “racismo”, omitió signos de puntuación, olvidó acentos y confundió términos. Así escribió el querido Ozzie: “No creo en rasismo david no esta hay por alguna razon que no sabemos cual es hay que promocionarse mi gente”. Cuando ha debido escribir: “No creo en racismo. David no está ahí por alguna razón que no sabemos cuál es. Hay que promocionarse, mi gente”.
Ante el alud de errores, alguien despachó al atleta calificándolo de burro, intemperancia que, naturalmente, molestó al campo corto de los Medias Blancas de Chicago, quien entonces comenzó a desbarrar en una serie de torpes consideraciones. Molesto por el insulto, Guillén, quien efectivamente merece respeto e incluso afecto por sus logros en la arena deportiva y por el lugar de respeto donde ha puesto el nombre de Venezuela, incurrió en dos graves errores: jactarse de la fortuna que ha amasado con su habilidad, denigrar de quienes tienen oficios menos glamorosos y lucrativos; y restar importancia a la corrección del lenguaje.
Al ser señalado de burro por su desaliño lingüístico, Guillén se apresuró a contestar: “prefiero ser burro con plata que inteligente pelando lo digo por exoeriencia besos a todos”. Y más adelante se preguntó qué hacen quienes quieren corregirlo; aludiendo a que quienes se atreven a ponerse a su altura para enrostrarle su ignorancia, de seguro son gente de menguados recursos y que no se codean con celebridades como Rubén Blades, a quien en la ristra de twitters se refiere como “mi hermano”.
No entraremos a comentar demasiado este punto. El intento de humillar al atrevido recordándole su precariedad económica es evidente. Y muy feo. El propio Guillén está conciente de que el colectivo del que se mofa con la etiqueta de “inteligente pelando” incluye sobre todo a los maestros, cuyo deber es corregir caiga quien caiga. [Dice Guillén (con trascripción ya enmendada): “Apuesto a que esos que corrigen no tienen ni dónde caerse muertos los pobres. Qué lástima los pobres profesores que me siguen”]. Ciertamente, los maestros de Venezuela han sido relegados a los últimos peldaños en la escala social, una tragedia de la que no son culpables. Salta a la vista, pues, que el ataque de Guillén, desde las alturas de su poder y sus cuentas bancarias rebosantes de dólares, a sus connacionales, empobrecidos por la inflación y los infames salarios es…¿poco gallardo? ¿Gesto de soberbia?, más condenable en alguien que sabe lo tremendo que es ser inteligente pelando, puesto que como él mismo apunta, lo dice “por experiencia”.
Pero lo que sí es digno de salirle al paso es la errónea idea de Guillén según la cual solo los maestros de Castellano tienen el deber de acogerse a sus leyes [“Yo escribo como quiera no estoy dando clase de castellano”]. La verdad es que todos los hablantes deben ajustarse a un pacto de uso de la lengua, así como los peloteros están regidos por una intrincada red de estatutos, aún sin ser entrenadores. De lo contrario, el campo sería escenario de un caos.
Guillén, que tanto valora la acumulación de bienes materiales, -y está bien que así sea, puesto que él se ha ganado los suyos sin rasguñar a la Nación-, debería saber que la unidad del Castellano, esto es, el hecho de que siga siendo lengua común para una diversidad de países, es una gran ventaja económica con que contamos los pueblos hispanoparlantes. Es un hecho que vamos hacia un mundo multipolar, lo que supone un paisaje multilingüístico. Para que el español desempeñe el descomunal papel al que está llamado por ser, ya en 2050, una de las cuatro lenguas fundamentales del mundo, debe mantener su estabilidad: si cada quien habla y escribe como le dé la gana, llegará un momento en que será imposible entendernos fuera de nuestros islotes de lengua.
El Guante de oro remata sus mustios twitters diciendo que él representa a los latinos y, con orgullo especial a su país, Venezuela, del que es un ejemplo. Por ser tan cierto esto es que debería hacer un esfuerzo por conducirse apropiadamente en el ámbito público. Y apreciar el hecho de que la ortografía es un factor de cohesión para las lenguas comunes a entornos distintos.
Julio Cortázar. Instrucciones para llorar
Instrucciones para llorar
[Cuento. Texto completo.]
Julio Cortázar
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
FIN
Julio Cortázar. Instrucciones para subir una escalera
Instrucciones para subir una escalera
[Cuento. Texto completo.]
Julio Cortázar
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
Este mundo tan feliz
Este
mundo tan feliz
He aquí una noticia insospechada: el ser
humano es un animal esencialmente feliz. O eso parece deducirse de un montón
de estudios y de encuestas. Ya sé que resulta difícil de creer, porque la
insatisfacción nos corroe, perseguimos quimeras, alimentamos frustraciones y
somos por definición bichos inquietos. Por no hablar de los dolores
habituales de la vida (la enfermedad, la pérdida, la muerte) y de los
horrores que nos infligimos unos a otros: guerras, torturas, abusos y
miserias. Por lo general tenemos el sufrimiento de la existencia tan presente
que tendemos a concebir el mundo como un valle de lágrimas, y la desdicha nos
parece mucho más abundante y más auténtica. Por ejemplo, según cifras de la
OMS, cada día se suicidan 3.000 personas en el planeta, lo que viene a ser
una cada treinta segundos. Este dato, espectacular, no lo ponemos en duda,
desde luego, y ni tan siquiera nos sorprende. Estamos habituados a pensar en
el aplastante peso de la vida.
Y, sin embargo, todo parece indicar que, a poco que le dejen, el ser humano intenta ser dichoso y lo consigue. Diversas investigaciones demuestran que, en tiempos de paz, la mayoría de los individuos se consideran a sí mismos más felices que infelices. He aquí una pregunta curiosa y digna de hacérsela uno mismo: si tuvieras que puntuar tu felicidad o tu grado de satisfacción ante la vida del 1 al 10, siendo 1 la desdicha absoluta y 10 la dicha más completa, ¿qué nota te darías? Cruzo artesanal y burdamente los complejos datos de varias encuestas (algunas tan enormes como la World Values Survey, sobre una muestra de 118.000 personas procedentes de 96 países) y me encuentro con que, de media, los individuos que escogen el 1 suman más o menos un 5%, mientras que los que se califican con un 10 están en torno al 12%. Lo cual es asombroso: si me hubieran preguntado antes de ver los resultados, hubiera predicho que nadie o casi nadie se otorgaría a sí mismo un diez redondo. En total, más de un 60% de las personas se ponen una nota de 6 o superior. Y, por lo visto, esa felicidad tiende a aumentar, y desde luego parece tener una relación directa con el desarrollo económico, cultural y democrático. Los ricos también lloran, pero menos. Hay un trabajo interesantísimo de la ya citada World Values Survey sobre la evolución de la felicidad en 24 países en las últimas décadas. En este caso, la tabla de medidas va del 1 (nada feliz) al 4 (totalmente feliz). La media de todos los países está en torno al 3. Tres países, Suiza, Estados Unidos y Noruega, no muestran ni aumento ni disminución en su percepción de felicidad en los últimos treinta años; cuatro son un poco más infelices (Austria, Bélgica, Gran Bretaña y Alemania del Oeste), y el resto han subido. Entre ellos España, que, de 1981 a 2006, tortuguea en una lentísima, ínfima ascensión desde el 3 hacia el 3,1. Por cierto que no es, ni con mucho, el mejor resultado; por ejemplo, Irlanda, de 1977 a1999, subió de 3,1 a 3,4. Y Puerto Rico, de 2,9 a 3,5 entre 1963 y 2006. Nosotros estamos actualmente más o menos al nivel de la India, que ha subido de 2,6 a casi 3,1 desde 1975 hasta ahora. O sea que mucho alardear de nuestro carácter jaranero, de las fiestas y las copas y los amigos, del sol español y demás pamplinas, pero somos relativamente menos dichosos que la mayoría. Y, aun así, lo maravilloso es comprobar que también somos mayoritariamente felices. Si nuestra media es de 3, eso quiere decir que nos estamos otorgando un notable alto. Pero aún hay algo más: recientes investigaciones psicológicas parecen demostrar que los más felices (ese 12% que está arriba del todo) no son aquellos a quienes les va mejor en la vida. Un poquito menos de felicidad ayuda a ser más longevo (los ultrafelices tienden a desdeñar preocupaciones y miedos que a menudo son útiles avisos), a ganar más dinero, a desarrollarse más intelectualmente y a tener más éxito (porque cierta insatisfacción espolea la vida). Los mejores resultados, en fin, se consiguen en torno a una puntuación de 8 o de 9. O sea que esta maravillosa vitalidad nuestra, tenaz y adaptativa, no sólo nos ha regalado una propensión básica a la dicha, una alegría orgánica, innata y animal, sino que también le ha dejado un lugar y le ha dado una utilidad al dolor, al malestar y la melancolía. Qué prodigio, la vida. |
Jubilación de la ortografía
Jubilación
de la ortografía
Desde hace años se
sabe que Gabriel García Márquez es un mago capaz de colocar en el cielo de la
literatura maravillosos fuegos artificiales. Pero somos muchos los escritores
que crecimos con él, y gracias a él, que pensamos también que los fuegos
artificiales son sólo eso: artificios. Y por lo tanto brillo efímero, golpe de
efecto, momento deslumbrante.
La médula es otra
cosa. Y en el caso de estas ideas que la prensa ha difundido (no he tenido la
oportunidad de leer el discurso
completo del Maestro) me parece que hay mucho de disparate en esa propuesta de
«jubilar la ortografía».
Además de ser una
propuesta efectista (y quiero suponer que poco pensada), es la clase de idea
que seguramente aplaudirán los que hablan mal y escriben peor (es decir,
incorrecta e impropiamente). No dudo que tal jubilación (en rigor, anulación)
sólo puede ser festejada por los ignorantes de toda regla ortográfica.
Digámoslo claramente: suena tan absurdo como jubilar a la matemática porque
ahora todo el mundo suma o multiplica con calculadoras de cuatro dólares.
En mi opinión, la
cuestión no pasa por determinar cuál regla anulamos, ni por igualar la ge y la
jota, ni por abolir las haches, ni por aniquilar los acentos. No, la cuestión
central está en la colonización cultural que subyace en este tipo de ideas tan
luminosas como efectistas, dicho sea con todo respeto hacia el Nobel
colombiano.
Y digo
colonización porque es evidente que estas cuestiones se plantean a la luz de
los cambios indetenibles que ocasiona la infatigable invasión de la lengua
imperial, que es hoy el inglés, y el creciente desconocimiento de reglas
ortográficas y hasta sintácticas que impera en las comunicaciones actuales,
particularmente Internet y el llamado Cyberespacio.
Frente a esa
constatación de lo virtual que ya es tan real, ¿es justo que bajemos los brazos
y nos entreguemos sin luchar? ¿Es justo que porque el inglés es la lengua
universal y es tan libre (como anárquica), el castellano deba seguir ese mismo
camino? ¿Por el hecho de que el cyberespacio está lleno de ignorantes, vamos a
proponer la ignorancia como nueva regla para todos? ¿Por el hecho de que tantos
millones hablen mal y escriban peor, vamos a democratizar hacia abajo, es decir
hacia la ignorancia?
Si las difundidas
declaraciones de García Márquez son ciertas, a mí me parece que hay un
contrasentido en su propuesta de preparar nuestra lengua para un «porvenir
grande y sin fronteras». Porque el porvenir de una lengua (como el porvenir de
nada) no depende de la eliminación de las reglas sino de su cumplimiento.
Por eso, a los
neologismos técnicos no hay que «asimilarlos pronto y bien... antes de que se
nos infiltren sin digerir», como él dice. Lo que hay que hacer es digerirlos
cuanto antes, y para digerirlos bien hay que adaptarlos a nuestra lengua. Como
se hizo siempre y así, por caso, «chequear» se nos convirtió en verbo y
«kafkiano» en adjetivo. Y en cuanto al «dequeísmo parasitario» y demás
barbarismos, no hay que negociar su buen corazón, como aparentemente propone
García Márquez. Lo que hay que hacer es mejorar el nivel de nuestros docentes
para que sigan enseñando que esos parásitos de la lengua son malos.
Eso por un lado.
Y por el otro está
la cuestión de para qué sirven las reglas, y el porqué de la necesidad de
conocerlas y respetarlas. No voy a defender las haches por capricho ni por un
espíritu reglamentarista que no tengo, pero para mí seguirá habiendo
diferencias sustanciales entre «lo hecho» y «lo echo»; y sobre todo entre
«hojear» y «ojear» un libro.
Tampoco me parece
que sea un «fierro normativo» la diferencia entre la be de burro y la ve de
vaca. Ni mucho menos me parece poco razonable la legislación sobre acentos
agudos y graves, ni sobre las esdrújulas, ni sobre las diferencias entre ene-ve
y eme-be, y así siguiendo, como diría David Viñas.
Las reglas siempre
están para algo. Tienen un sentido y ese sentido suele ser histórico,
filosófico, cultural. La falta de reglas y el desconocimiento de ellas es el
caos, la disgregación cultural. Y eso puede ser gravísimo para nosotros, sobre
todo en estos tiempos en que la sabiduría imperial se ha vuelto tan sutil y
astuta. Las propuestas ligeras y efectistas de eliminación de reglas son, por
lo menos, peligrosas.
Precisamente
porque vivimos en sociedades donde las pocas reglas que había se dejaron de
cumplir o se cumplen cada vez menos, y hoy se aplauden estúpidamente las
transgresiones. Es así como se facilitan las impunidades.
Y así nos va, al,
menos en la Argentina.
En todo caso,
eliminemos la absurda policía del lenguaje en que se ha convertido la Real
Academia. Democraticémosla y forcémosla a que admita las características
intertextuales del mundo moderno, hagamos que celebre las oralidades, que
festeje las incorporaciones como riquezas adquiridas. Esa sería una tarea
revolucionaria. Pero manteniendo las reglas y, sobre todo, haciéndolas cumplir.
Botella al mar para el dios de las palabras
Botella
al mar para el dios de las palabras
A mis doce años de
edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que
pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor
cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día
lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de
Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha
sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el
imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que
pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo
tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa
Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la
prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y
cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces
públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al
oído en las penumbras del amor.
No: el gran
derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas
lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se
dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el
destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua española
tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un
derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta
hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia
cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de
diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de
hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en
los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de
intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el
verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la
república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual
masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y
que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés
lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida
doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un
cordero, dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana
rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don
Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su
puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no
hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a
rincón, una cereza que sabe a beso?
Son pruebas al
canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su
pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura,
sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el
siglo veintiuno como Pedro por su casa.
En ese sentido, me
atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática
antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos
sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho
que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien
los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin
digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques
endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor
de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en
vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos.
Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las
haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota,
y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie
ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver
con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve
de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre
sobra una?
Son preguntas al
azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le
lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos,
tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que
no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce
años.
miércoles, 10 de febrero de 2016
Por qué hay que aprender a leer imágenes
(Tomado del blog españolsinmisterios.blogspot.com)
La lectura de imágenes 6: ¿Por qué hay que aprender a leer imágenes?
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Fotografía de Eikoh Hosoe tomada del International Center of Photography Library Blog |
Pensar en las imágenes, y en su lectura, implica también pensar en las personas que observan dichas imágenes: los espectadores.
A todos los niveles, la lectura de imágenes exige que el espectador se involucre, que ayude a completar el texto visual. Se puede afirmar entonces que todo lector de imágenes es, en cierta medida, coautor del texto visual que lee.
En cada ejercicio de lectura es necesario que el cerebro del espectador aporte inferencias y pensamientos que están condicionados por su entorno cultural, su bagaje intelectual, su historia personal y sus afectos.
Pensar en la imagen, y en un tipo de imagen en particular, implica necesariamente pensar en el espectador que mira dicha imagen. No se puede olvidar entonces que la relación entre el espectador y la imagen es compleja.
Siempre que se observa una imagen es necesario que se activen, además de ciertas capacidades perceptivas y procesos mentales específicos, una serie de saberes, afectos y creencias que dependen de la pertenencia del espectador a una época, a un espacio geográfico y a una cultura determinados. Así, la manera como un espectador lee una imagen depende de lo que este sabe, siente y cree.
En otras palabras, la lectura de las imágenes depende del contexto cultural al que pertenecen tanto quien mira la imagen como quien la crea. Por eso, no hay que olvidar que los textos visuales no existen en un tubo al vacío sino que responden a interacciones sociales complejas que afectan continuamente las relaciones entre los espectadores y las imágenes, así como las relaciones entre la gente que crea imágenes y la gente que las consume.
El dispositivo se puede definir, siguiendo a Jacques Aumont, como un conjunto de determinantes que regulan toda relación individual del espectador con la imagen dentro de cierto contexto cultural. Esto incluye:
Una familia de colonos antioqueños –padre, madre e hijo– descansa un poco antes de proseguir su viaje colonizador por las montañas. El padre señala hacia un punto del horizonte ubicado fuera de campo: quizás se trata del destino final de la familia, o simplemente de una montaña virgen, otra más, que tendrán que desbrozar.
La madre tiene al hijo en su regazo y el padre sostiene un hacha con la mano derecha. Los tres miran esperanzados hacia ese punto que señala el padre con la mano izquierda, elemento prominente en la composición. Nosotros, los espectadores, podemos apenas imaginar ese lugar pues se halla más allá de las fronteras de la imagen.
Esos son los horizontes de los que habla el título de la pintura: lugares, pero también un porvenir, llenos de posibilidades y perspectivas no solo para esta familia en particular sino para todos los paisas.
Este cuadro de Francisco Antonio Cano, pintado hace 100 años, no tardó mucho en convertirse en una imagen emblemática para los antioqueños. Se trata de un resumen visual elocuente no solo de la gesta regional conocida como la "Colonización antioqueña" sino también de una serie de valores que, según los mismos antioqueños, son característicos de la cultura paisa: tenacidad, emprendimiento, respeto por los valores familiares, religiosidad, etc.
Horizontes es una pintura, es decir, una imagen única hecha por un artista y destinada a estar en un museo o en la pared de una residencia particular. Según el sitio internet del Museo de Antioquia, se cree que esta obra le fue encargada a Francisco Antonio Cano para la celebración del Primer Centenario del Acto de Independencia de Antioquia.
Así, desde su creación, esta imagen tuvo un propósito político claro: buscaba conmemorar un hecho histórico crucial para la región. Sin embargo, lo hacía a través de la narración de una historia épica relativamente reciente: la Colonización antioqueña, que tuvo lugar entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Desconozco cómo la pintura fue a parar al Museo de Antioquia. Sea como fuere, es claro que esta imagen fue concebida y realizada desde el principio con el propósito de que se convirtiera en una imagen pública. Por eso, no sorprende que hoy en día esta pintura sea la obra vedette del Museo.
Lo realmente interesante es preguntarse cómo ha logrado Horizontes romper las paredes del museo y llegar a la gente en otros espacios y en otros tiempos. Esto es lo que se conoce como la "migración" de una imagen. Como las aves y las personas, las imágenes pasan de un país a otro, de un formato a otro, incluso, de una época histórica a otras.
Por ejemplo, esta pintura, sencilla en apariencia, pasó de ser una imagen única (un cuadro del tamaño de un televisor actual) a convertirse en un mural en la ciudad de Medellín:
Mientras el cuadro exige que el espectador se desplace hasta el Museo de Antioquia y pague una entrada para verlo, el mural asalta al observador de pronto en el centro de la ciudad.
La mano del protagonista del cuadro señala hacia algún punto fuera de campo que en el Museo corresponde a una pared (o quizás a otra obra de arte menos interesante). En la calle, en cambio, la mano del campesino antioqueño señala hacia las montañas que rodean la ciudad.
De alguna manera, la imagen se funde con el paisaje real y este último nos permite ver lo que el cuadro no nos muestra: ese lugar promisorio en medio de las montañas antioqueñas, que ahora está lleno de barrios pobres. Así, la inmersión abrupta de la imagen en el mundo real nos revela que la saga de los colonos antioqueños también tuvo consecuencias negativas para la región en el siglo XX: urbanización desordenada, abuso de los recursos naturales, desigualdad, pobreza extrema, etc.
Consideremos la siguiente reinterpretación de Horizontes realizada por Johnny Lopera:
Esta fotografía copia la pintura de Cano pero introduce una serie de modificaciones que modernizan la imagen. Llama la atención el cambio de formato. La imagen de Lopera es vertical, mientras que la de Cano es horizontal. Esto hace que haya más "aire" (más cielo) en la fotografía que en la pintura. ¿Por qué? Quizás para hacer que los personajes se vean más imponentes, e incluso más "celestiales". No olvidemos el afiche de la campaña presidencial de Uribe estudiado en un artículo anterior, donde se utiliza un recurso casi idéntico (cielo y personaje en ligero contrapicado) para magnificar al candidato.
Nuestros dos colonos se han convertido en dos jóvenes paisas que ya no exploran ni abren monte sino que simplemente se pasean por las afueras de Medellín. Ya no son pioneros sino turistas. En lugar de un bebé, la mujer sostiene en su regazo un computador Mac. El porvenir de la familia, de la raza, que es un tema central deHorizontes, se ha transformado en un comentario algo esnob sobre la revolución tecnológica y, por qué no, la globalización.
Tal vez lo más interesante de este pastiche de Horizontes no es lo que cambia sino lo que permanece. La ubicación de los personajes en el cuadro –la puesta en imagen– es prácticamente idéntica a la de la obra de Cano. Aunque hayan pasado 100 años, aunque Antioquia sea hoy en día algo muy diferente de lo que fue durante la Colonización antioqueña, esta fotografía parece querer decir que los paisas siguen siendo tenaces, emprendedores y arrojados.
La principal estrategia retórica de la imagen de Cano, la mano del hombre que señala hacia algún lugar fuera de campo seguida por la mirada esperanzada de los personajes, es también el recurso central de la foto de Lopera. Los paisas siguen yendo en pos de un horizonte desconocido, ansiosos por construir un destino propio a pesar de la adversidad. O al menos eso es lo que parecen sugerir tantoHorizontes como el resto de imágenes inspiradas en esta pintura que pululan hoy en día en Medellín y en internet.
El caso de Horizontes demuestra que las imágenes, después de su creación, buscan a sus espectadores en muchos contextos. La manera como leemos las imágenes depende no solo de lo que aparece representado en ellas sino también del contexto donde consumimos dichas imágenes.
Como si esto fuera poco, la lectura de imágenes depende también de lo que sabe, piensa y siente cada espectador. Muchas de las cosas que ve un paisa cuando observa la pintura no se le cruzan por la cabeza a alguien totalmente ajeno al contexto cultural donde se creó y ha circulado esta obra.
Los estudiosos de la imagen han descubierto que la mayoría de los procesos mentales que se activan al observar una imagen no son muy distintos de aquellos que se activan al observar el mundo real. Por eso, cuanto mejor sea nuestra lectura de las imágenes, mejores serán nuestras capacidades de observación de la realidad.
Un buen espectador, un buen lector de textos visuales, no es un observador pasivo: se trata más bien de alguien que está siempre dispuesto a hacerles preguntas a las imágenes, a completar los “espacios en blanco” que estas tienen, a desconfiar de ciertas cosas que proponen.
Las habilidades que se desarrollan gracias a la lectura constante de imágenes no solo nos permiten convertirnos en espectadores experimentados y críticos sino también en personas que saben mirar mejor la realidad.
Desde esta perspectiva, no es exagerado afirmar que la lectura de imágenes sirve para educar la mirada. En un mundo saturado de imágenes, saber mirar es una competencia imprescindible. La lectura de imágenes está llamada a convertirse en una de las herramientas más efectivas para que eduquemos la mirada a fin de enfrentar una realidad donde lo visual cobra cada vez más relevancia.Por q
El espectador: socio activo en la creación de las imágenes
Se suele creer que la lectura de imágenes es directa, poco codificada y, por lo tanto, automática para el espectador. Sin embargo, esto no es cierto. No existe ningún tipo de lectura pasiva, y la lectura de imágenes no es una excepción a esta regla.A todos los niveles, la lectura de imágenes exige que el espectador se involucre, que ayude a completar el texto visual. Se puede afirmar entonces que todo lector de imágenes es, en cierta medida, coautor del texto visual que lee.
En cada ejercicio de lectura es necesario que el cerebro del espectador aporte inferencias y pensamientos que están condicionados por su entorno cultural, su bagaje intelectual, su historia personal y sus afectos.
Pensar en la imagen, y en un tipo de imagen en particular, implica necesariamente pensar en el espectador que mira dicha imagen. No se puede olvidar entonces que la relación entre el espectador y la imagen es compleja.
Siempre que se observa una imagen es necesario que se activen, además de ciertas capacidades perceptivas y procesos mentales específicos, una serie de saberes, afectos y creencias que dependen de la pertenencia del espectador a una época, a un espacio geográfico y a una cultura determinados. Así, la manera como un espectador lee una imagen depende de lo que este sabe, siente y cree.
En otras palabras, la lectura de las imágenes depende del contexto cultural al que pertenecen tanto quien mira la imagen como quien la crea. Por eso, no hay que olvidar que los textos visuales no existen en un tubo al vacío sino que responden a interacciones sociales complejas que afectan continuamente las relaciones entre los espectadores y las imágenes, así como las relaciones entre la gente que crea imágenes y la gente que las consume.
Las imágenes y sus contextos: El dispositivo
Las convenciones que rigen la lectura de las imágenes no dependen únicamente de las particularidades biológicas de nuestra especie. Dependen también, y en gran medida, de lo que algunos teóricos de la imagen llaman el "dispositivo".El dispositivo se puede definir, siguiendo a Jacques Aumont, como un conjunto de determinantes que regulan toda relación individual del espectador con la imagen dentro de cierto contexto cultural. Esto incluye:
- Los medios y técnicas de producción de las imágenes: ¿Cómo se hacen? ¿Gracias a qué técnicas? ¿Se trata de imágenes artesanales o de imágenes industriales?
- Sus modos de circulación y de reproducción: ¿Cuál es el formato de una imagen? ¿Qué tipo de objeto es? ¿Existen muchas copias de ella o solo una? ¿Es una imagen de amplia circulación o de circulación restringida?
- Los lugares donde se puede acceder a ellas: ¿Los espectadores tienen que desplazarse para ver la imagen o esta llega hasta donde están ellos? ¿La imagen se compra o se tiene acceso gratuito a ella? ¿Se trata de una imagen "culta" o "popular", "religiosa" o "profana"?
- Los soportes (físicos y virtuales) de las imágenes: ¿Sobre qué soportes se difunde la imagen? ¿Está impresa sobre papel o se proyecta en una pantalla? ¿Es de tamaño normal, es una miniatura o es una imagen monumental?
El caso de Horizontes
Para ilustrar este punto consideremos, a manera de ejemplo, la pintura Horizontes(Francisco Antonio Cano, 1913) que se encuentra en el Museo de Antioquia, en Medellín, Colombia:![]() |
Horizontes, Francisco Antonio Cano, 1913 Imagen tomada del sitio internet del Museo de Antioquia |
La madre tiene al hijo en su regazo y el padre sostiene un hacha con la mano derecha. Los tres miran esperanzados hacia ese punto que señala el padre con la mano izquierda, elemento prominente en la composición. Nosotros, los espectadores, podemos apenas imaginar ese lugar pues se halla más allá de las fronteras de la imagen.
Esos son los horizontes de los que habla el título de la pintura: lugares, pero también un porvenir, llenos de posibilidades y perspectivas no solo para esta familia en particular sino para todos los paisas.
Este cuadro de Francisco Antonio Cano, pintado hace 100 años, no tardó mucho en convertirse en una imagen emblemática para los antioqueños. Se trata de un resumen visual elocuente no solo de la gesta regional conocida como la "Colonización antioqueña" sino también de una serie de valores que, según los mismos antioqueños, son característicos de la cultura paisa: tenacidad, emprendimiento, respeto por los valores familiares, religiosidad, etc.
La migración de Horizontes
Que una imagen encarne los valores de una cultura específica no garantiza que esta imagen vaya a volverse emblemática. Por eso, para entender por quéHorizontes se ha vuelto un ícono para los paisas es necesario considerar el "dispositivo" de esta obra, es decir, las particularidades sociales e históricas que han determinado el encuentro de la pintura con sus espectadores.Horizontes es una pintura, es decir, una imagen única hecha por un artista y destinada a estar en un museo o en la pared de una residencia particular. Según el sitio internet del Museo de Antioquia, se cree que esta obra le fue encargada a Francisco Antonio Cano para la celebración del Primer Centenario del Acto de Independencia de Antioquia.
Así, desde su creación, esta imagen tuvo un propósito político claro: buscaba conmemorar un hecho histórico crucial para la región. Sin embargo, lo hacía a través de la narración de una historia épica relativamente reciente: la Colonización antioqueña, que tuvo lugar entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Desconozco cómo la pintura fue a parar al Museo de Antioquia. Sea como fuere, es claro que esta imagen fue concebida y realizada desde el principio con el propósito de que se convirtiera en una imagen pública. Por eso, no sorprende que hoy en día esta pintura sea la obra vedette del Museo.
Lo realmente interesante es preguntarse cómo ha logrado Horizontes romper las paredes del museo y llegar a la gente en otros espacios y en otros tiempos. Esto es lo que se conoce como la "migración" de una imagen. Como las aves y las personas, las imágenes pasan de un país a otro, de un formato a otro, incluso, de una época histórica a otras.
Por ejemplo, esta pintura, sencilla en apariencia, pasó de ser una imagen única (un cuadro del tamaño de un televisor actual) a convertirse en un mural en la ciudad de Medellín:
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Mural basado en Horizontes (Francisco Antonio Cano, 1913) |
La mano del protagonista del cuadro señala hacia algún punto fuera de campo que en el Museo corresponde a una pared (o quizás a otra obra de arte menos interesante). En la calle, en cambio, la mano del campesino antioqueño señala hacia las montañas que rodean la ciudad.
De alguna manera, la imagen se funde con el paisaje real y este último nos permite ver lo que el cuadro no nos muestra: ese lugar promisorio en medio de las montañas antioqueñas, que ahora está lleno de barrios pobres. Así, la inmersión abrupta de la imagen en el mundo real nos revela que la saga de los colonos antioqueños también tuvo consecuencias negativas para la región en el siglo XX: urbanización desordenada, abuso de los recursos naturales, desigualdad, pobreza extrema, etc.
El reciclaje de imágenes
Las imágenes emblemáticas o icónicas, como la pintura Horizontes también se convierten en objetos de reciclaje para los artistas y para los publicistas (los mayores recicladores de imágenes que existen).Consideremos la siguiente reinterpretación de Horizontes realizada por Johnny Lopera:
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Horizontes II, Johnny Lopera, 2010 Tomado JackMag.com |
Nuestros dos colonos se han convertido en dos jóvenes paisas que ya no exploran ni abren monte sino que simplemente se pasean por las afueras de Medellín. Ya no son pioneros sino turistas. En lugar de un bebé, la mujer sostiene en su regazo un computador Mac. El porvenir de la familia, de la raza, que es un tema central deHorizontes, se ha transformado en un comentario algo esnob sobre la revolución tecnológica y, por qué no, la globalización.
Tal vez lo más interesante de este pastiche de Horizontes no es lo que cambia sino lo que permanece. La ubicación de los personajes en el cuadro –la puesta en imagen– es prácticamente idéntica a la de la obra de Cano. Aunque hayan pasado 100 años, aunque Antioquia sea hoy en día algo muy diferente de lo que fue durante la Colonización antioqueña, esta fotografía parece querer decir que los paisas siguen siendo tenaces, emprendedores y arrojados.
La principal estrategia retórica de la imagen de Cano, la mano del hombre que señala hacia algún lugar fuera de campo seguida por la mirada esperanzada de los personajes, es también el recurso central de la foto de Lopera. Los paisas siguen yendo en pos de un horizonte desconocido, ansiosos por construir un destino propio a pesar de la adversidad. O al menos eso es lo que parecen sugerir tantoHorizontes como el resto de imágenes inspiradas en esta pintura que pululan hoy en día en Medellín y en internet.
El caso de Horizontes demuestra que las imágenes, después de su creación, buscan a sus espectadores en muchos contextos. La manera como leemos las imágenes depende no solo de lo que aparece representado en ellas sino también del contexto donde consumimos dichas imágenes.
Como si esto fuera poco, la lectura de imágenes depende también de lo que sabe, piensa y siente cada espectador. Muchas de las cosas que ve un paisa cuando observa la pintura no se le cruzan por la cabeza a alguien totalmente ajeno al contexto cultural donde se creó y ha circulado esta obra.
La lectura de imágenes: una educación de la mirada
A pesar de todo lo anterior, todas las imágenes que existen tienen algo en común: exigen del espectador una utilización consciente de la mirada para comprenderlas.Los estudiosos de la imagen han descubierto que la mayoría de los procesos mentales que se activan al observar una imagen no son muy distintos de aquellos que se activan al observar el mundo real. Por eso, cuanto mejor sea nuestra lectura de las imágenes, mejores serán nuestras capacidades de observación de la realidad.
Un buen espectador, un buen lector de textos visuales, no es un observador pasivo: se trata más bien de alguien que está siempre dispuesto a hacerles preguntas a las imágenes, a completar los “espacios en blanco” que estas tienen, a desconfiar de ciertas cosas que proponen.
Las habilidades que se desarrollan gracias a la lectura constante de imágenes no solo nos permiten convertirnos en espectadores experimentados y críticos sino también en personas que saben mirar mejor la realidad.
Desde esta perspectiva, no es exagerado afirmar que la lectura de imágenes sirve para educar la mirada. En un mundo saturado de imágenes, saber mirar es una competencia imprescindible. La lectura de imágenes está llamada a convertirse en una de las herramientas más efectivas para que eduquemos la mirada a fin de enfrentar una realidad donde lo visual cobra cada vez más relevancia.Por q
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