Fabricar Humanidad
Fernando Savater
Videoconferencia 16 de marzo de 2005
Es un gran
placer estar con ustedes, aunque sea por medio de estas imágenes y de estas
palabras. Quizá con el tiempo debamos acostumbrarnos cada vez más a este tipo
de proximidad que vamos a tener los humanos. Hay que usar todas las formas.
Cuando me
preguntaron sobre qué y cómo enfocar estas palabras, me interesó subrayar el
carácter de cultivo de la humanidad que -para mí- tiene fundamentalmente la
educación. La educación no es una simple preparación en destrezas laborales; no
es simplemente amaestrar a los niños o jóvenes a que no hagan daño y para que
trabajen y para que obedezcan. Sobre todo, es para cada uno de nosotros para, a
lo largo de la vida, ir despertando y produciendo la mayor cantidad de libertad
humana. Yo veo que la humanidad no es algo dado, no estamos simplemente
programados por la naturaleza para ser humanos. Los animales, los otros seres
naturales, las plantas, están programados para ser lo que son (el cactus está
programado para ser cactus, la pantera para ser pantera). Pero nosotros tenemos
que desarrollar la posibilidad humana que hay en cada uno. Tenemos la
posibilidad de llegar a ser humanos, pero no lo seremos nunca sino gracias a
los demás, si no sufrimos este proceso que despierta y saca la humanidad.
Podemos decir
que cada uno nace dos veces: una, del útero materno –biológicamente natural, y
una segunda vez –el nacimiento social, del útero social. Este último es el que
desarrolla en nosotros las posibilidades de humanidad. No es un proceso
forzoso; por ejemplo, según algunos relatos -recuerden ustedes los libros de
Rudyard Kipling y otros casos documentados-, niños que teniendo que vivir en
compañía de animales no llegan a desarrollar nunca las posibilidades de
humanidad, el pensamiento simbólico, la palabra. Es decir, esas cosas que nos
dan los demás. La humanidad nos la damos unos a otros y la recibimos unos de
otros. Nadie se hace humano solo. Y yo creo que ese es el fundamento de la
educación.
Nadie se hace
humano solo. Sólo el contacto, el contagio de otros seres humanos, nos hace
humanos. En fin… tenemos que contagiarnos de la humanidad de otros. De ahí que
a mí me parezca que es mucho más importante el estar en un aula, en una clase
rodeado de seres humanos y frente a seres humanos y frente a un maestro –aunque
sea humano a distancia como en este caso, porque yo creo que esa proximidad es
lo esencial de la educación. No podemos ser humanos más que de otros seres
humanos.
Cuando se
dice: “Bueno, conectados a Internet, la educación nos llegará por la vía de la Web y por la información de
los ordenadores…”. Sí, por ahí nos puede llegar mucha información porque,
evidentemente, todos estos instrumentos son excelentes para proporcionar
información. Pero no nos puede llegar humanidad. Ella sólo nos puede venir de
otros seres humanos. No podemos aprender a vivir de máquinas. No podemos
aprender a vivir de enciclopedias. Tenemos que aprender de humanos, de
semejantes. Estamos condenados a nuestros semejantes, son ellos quienes
despiertan nuestra humanidad. Los que nos hacen el regalo más precioso y más
necesario: extraer de esta especie de diamante en bruto que somos cada uno la
posibilidad de la humanidad.
Yo creo que
eso, fundamentalmente, se debe pretender la educación. Por supuesto, la
educación luego tiene unas funciones instrumentales como la preparación
laboral, la sustitución de los puestos de trabajo, una serie de tareas en la
vida social, también el aprendizaje de pautas civiles para convivir con los otros.
Todo eso es importante y es fundamental, pero todo eso está supeditado al
desarrollo de seres humanos, la creación de seres humanos.
Lo importante
es que la humanización no es un proceso meramente automático. No es algo que
nos llega por casualidad; lo tenemos que suscitar en nosotros. Y por eso la
buena educación es fabricación de humanidad. Yo creo que la primera manufactura
que debe tener una democracia moderna debe ser fabricar humanidad, frente al
mundo que vivimos destinado a la acumulación de objetos, a la fabricación de
cosas sofisticadas y a la adquisición de bienes, etc. Yo creo que la verdadera
producción de los países civilizados –en el sentido potente de la palabra
civilización– debe ser fabricar más humanidad. Fabricar más humanidad en sus
ciudadanos, más relación humana, porque la humanidad no es una mera disposición
genética.
Yo creo que
la diferencia fundamental entre los animales y los seres humanos es que, en
alguna forma, los animales son completos en sí mismos, no necesitan relación
con los otros para desarrollar sus posibilidades. Mientras que en el ser humano la relación con los otros
humanos es fundamental para desarrollar su humanidad. La humanidad es una forma
de relación, una forma de relación simbólica, y los seres simbólicos estamos
destinados a desarrollar nuestras posibilidades en relación con los otros.
Aristóteles,
en su “Política” dice que los humanos, antes de llegar a gobernar, tienen que
haber sido gobernados. En una democracia, en aquella democracia griega que se
iniciaba, Aristóteles dijo: “Formar ciudadanos es formar gobernantes, porque en
una democracia todos gobernamos. Los políticos son aquellos a quienes nosotros
les mandamos a mandar. Peor en una democracia todos somos gobernantes”. De ahí
la importancia de la educación. En el mundo – por ejemplo los persas – no hacía
falta educar, porque la persona tenía su estima social establecida de antemano
ya y no la podía cambiar. El hijo del campesino sería campesino, el hijo del
comerciante, comerciante; los hijos de los guerreros desarrollarían las
habilidades de la guerra; los hijos de los nobles aprenderían a cazar o a
organizar fiestas. Cada uno tenía su aprendizaje determinado. En el fondo, no
hacía falta educar en forma libre o
abierta; simplemente había que adiestrar a las personas para que
desempeñaran su trabajo.
Pero en la
democracia, ninguno tiene el trabajo social predeterminado; nuestro único
trabajo es ser humanos y, a partir de allí, poder desarrollar nuestras mejores
posibilidades. Por lo tanto tenemos que ser educados como si pudiésemos ser
gobernantes, porque en la democracia todos vamos a llegar a ser gobernantes.
Ser educado es conocer lo que significa ser gobernado por otros y, de esa
manera, desarrollar la posibilidad de gobernar por los otros.
Los seres
humanos son diversos, es decir, somos distintos, en colores en disposiciones,
en gustos, en costumbres, en tradiciones.
Pero entonces, se convierte todo esto en la gran riqueza humana…no es
verdad. La riqueza humana es nuestra semejanza. Precisamente, lo que hace a la
humanidad importante y lo que permite a los seres humanos llevar a cabo labores
extraordinarias, es el hecho de lo mucho que nos parecemos. Que podamos
comunicarnos unos con otros, intercambiar información unos con otros, que todos
los idiomas sean traducibles.
Es mucho más
importante el hecho de que todos los seres humanos hablamos por igual, que el
hecho de que hablemos lenguas diferentes. Hablar lenguas diferentes es un
accidente. En cambio, lo que nos define es el hecho de ser seres simbólicos
capaces de hablar. Seres humanos que podemos comprendernos, entender nuestras
necesidades, entender nuestras demandas. Esa es la verdadera riqueza de los
seres humanos.
Gracias a que
nos parecemos hemos llegado a desarrollar las instituciones más importantes,
esas de apoyo mutuo, de solidaridad, de progreso. De modo que creo que está muy
bien reconocer que los seres humanos debemos gozar de nuestra diversidad que
hace que el mundo sea menos monótono y tenga más posibilidades a todos los
niveles. Pero debemos educar para que la
gente sepa que lo importante es lo que tenemos en común. Que aquello en lo cual
diferimos – cultura, costumbres, etc.- es accidente, comparado con aquello en
que nos parecemos. Y que lo que nos une es mucho más importante que aquello en
lo que diferimos.
Creo que este
es un mensaje. Hoy la humanidad necesita buscar una armonía por encima de las
tribus y de las divisiones; formar personas penetradas de la comunidad de la
humanidad, de que la humanidad es algo en común que tenemos todos y no
simplemente una exclusiva de unos o de otros. No intentar ser insolubles para
los demás. Todos los grupos étnicos, los fanáticos religiosos, nacionalistas,
etc., se gozan de ser insolubles para los otros: “nadie me puede entender”,
“aquí somos así”, “sino eres de aquí no puedes entendernos” “sino has sufrido
la iniciación de la religión no puedes entenderlo”. Esta es la fuerte del
fanatismo, del integrismo, del atraso de los países.
Lo que
verdaderamente hace avanzar el mundo del saber es que los seres humanos no
somos enigmas para otros seres humanos. Que nos buscamos unos a otros. Que
estamos capacitados para comprendernos, para comunicarnos y que nuestro
esfuerzo debe ir en esa dirección.
Y yo creo que
la educación hoy debe ser la forma de abrirnos unos a los otros y de
posibilitar esa comunidad humana a la cual pertenecemos y de la cual formamos
parte. Es decir, crear capacidad en las personas, en los caracteres
susceptibles de persuadir y ser persuadidos, es una de las funciones extraordinariamente
importante de la educación, creo. O sea, no crear gente infranqueable o
encasillada en el capricho de su primera idea. Conozco personas que te dicen.
Yo pienso lo mismo que pensaba cuando tenía 17 años”. Esa es una señal
indudable de que no pensaba nada ni a los 17 años ni ahora. Es como decir que a
usted las ideas se le meten en la cabeza como una mosca se mete en una botella
y no encuentra la salida y se queda ahí dando vueltas.
Las ideas
realmente deben ser debatidas, ofrecidas a los demás como un campo para
intercambio. Por lo tanto el hecho de convertirse en impersuasible, en una
persona que se adhiere a sus ideas como una lapa a la roca, no tiene no tiene
ningún mérito. Recuerdo una anécdota: a John M. Keynes, gran economista, un
periodista le interrogaba: “Profesor…hace dos años usted sostenía una postura
completamente distinta a ésta que ahora sostiene”…Keynes le dijo: “Pues mire,
tiene usted razón, me di cuenta de que estaba equivocado y cuando me doy cuenta
de que estoy equivocado cambio de opinión. ¿Usted qué suele hacer en esos
casos?”.
Pues eso es
lo que hace falta. Hay que crear esa disposición a decir: “Cuando me doy cuenta
de que estoy equivocado, cambio de opinión”. No pasa nada: No solamente no
siento humillación sino que, al contrario, lo que sería humillante para mí es
que mis ideas estuvieran encerrándome de tal manera que yo no pudiera
modificarlas pro la fuerza de la razón. Hay que crear personas que tengan el
orgullo de ser persuadibles, de ser capaces de ser persuadidas por otras y, a
la vez, explicar y persuadir a los demás. Eso creo que es una de las bases de
la educación y, sobre todo, de la educación humana democrática.
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